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Festín de invierno
Publicado a las
10:38 p. m.
en
Autor: Spectro,
Historias
El aletear de los cuervos me llegaba a través de los cristales empañados de la bruma blanca. Se acercaba la hora del ocaso, y el aire parecía endurecerse con una helada escandinava que cristalizaba el aliento. Los negros emisarios del invierno ilustre tocaban el réquiem de Skadi al tronar del incipiente ventarrón y las luces agonizantes del triste sol que se iba. Las azabaches plumas olían dulcemente a sangre y efluvios de bosques recónditos, y los acompañaba un tufo inconfundible a perfidia y cuencas sangrientas. Sentí la opresión de una mirada incompleta que me auscultaba las entrañas y desnudaba mis mañas más rebuscadas, y sentí como se resquebrajaba mi serenidad médica y la fuerza férrea de los engaños de menester inexorable.
Abrigado como estaba, con una gruesa manta de piel de incierta procedencia, enloquecía paulatinamente ante la maldita inutilidad del brebaje de trabalenguas que el gordo dueño del hotel me había recomendado y regalado, que bien podía contener los jugos de cordero de sacrificio de los aquelarres, o los ojos triturados y bien disimulados de los dos cuervos tuertos que perseguían mi vehículo solitario en la nieve. Mi ansiedad se transformó en demencia cuando el cochero se detuvo a comunicarme que unos árboles caídos bloqueaban el camino, y la ruta de emergencia nos demoraría dos horas más. Los cuervos se acercaban, tiñiendo la nieve con su oscuridad. Ya no tenía opción ni razón para objetarle. Le asentí con toda la resignación y honestidad del alcohol extranjero.
Lo siguiente que supe fue que amanecía otra vez, la nieve estaba en su sitio, y los cuervos tuertos me devoraban a picotazos, a la vista de la atenta bandada. Cuatro esqueletos équidos y uno homínido vestido de negro y gorro de lana me miraban acusadores, con los huesos diáfanos brillantes a la luz del amanecer. Vi la sonrisa perversa de los hermanos tuertos antes que me comieran los ojos.
(La historia es íntegramente escrita por mí, Spectro de TAK4. Todos los derechos reservados)
Abrigado como estaba, con una gruesa manta de piel de incierta procedencia, enloquecía paulatinamente ante la maldita inutilidad del brebaje de trabalenguas que el gordo dueño del hotel me había recomendado y regalado, que bien podía contener los jugos de cordero de sacrificio de los aquelarres, o los ojos triturados y bien disimulados de los dos cuervos tuertos que perseguían mi vehículo solitario en la nieve. Mi ansiedad se transformó en demencia cuando el cochero se detuvo a comunicarme que unos árboles caídos bloqueaban el camino, y la ruta de emergencia nos demoraría dos horas más. Los cuervos se acercaban, tiñiendo la nieve con su oscuridad. Ya no tenía opción ni razón para objetarle. Le asentí con toda la resignación y honestidad del alcohol extranjero.
Lo siguiente que supe fue que amanecía otra vez, la nieve estaba en su sitio, y los cuervos tuertos me devoraban a picotazos, a la vista de la atenta bandada. Cuatro esqueletos équidos y uno homínido vestido de negro y gorro de lana me miraban acusadores, con los huesos diáfanos brillantes a la luz del amanecer. Vi la sonrisa perversa de los hermanos tuertos antes que me comieran los ojos.
(La historia es íntegramente escrita por mí, Spectro de TAK4. Todos los derechos reservados)